lunes, junio 25, 2007

Demasiado amor acaba ahogando a cualquiera en su propia vanidad.

Aún falta que se libre la batalla entre las playeras y las camisas para los eventos formales. La primera ganará, enfrentando al puro color, cuando la individualidad se proyecte al máximo con íconos, imágenes, palabras y frases.

Con la corbata hemos abandona la inmortalidad de recordar nuestros trabajos y nuestros días por una horca que convine con las camisas de algodón.

Acomodarse de zapatos a tenis y de tenis a zapatos es poner las patas como de gallos de pelea para que se unan las navajas de diferentes personalidades.

El traje sastre de las oficinistas donde se asoma la revolución del modo.

Hacemos girar las llaves en el índice bajo la ensoñación de que toda puerta está a un dedo de distancia.

Que sea largo el morral para que aparente literalidades profundas.

La cachucha representa nuestra alcurnia frente al sol.

Las placas de los policías ya no reflejan fechorías; iluminan cinismos.

El celular como extensión telepática del logos aún sigue sin funcionar bajo los puentes y cavernas.

Observar los ciclos de una lavadora esperando que la vida no se llene de pelusas mal lavadas.

Para librar las batallas enmascaradas de los diálogos, generalmente borrachos, hay que: Saber mover ágilmente las sandeces que nos escupimos para cegar hasta al vidente; acercar con engaño los pómulos, siendo estos los puños de la cara, para vampirear hasta el cuello más disipado; reír con destreza insultante, como si ya no amaneciera, o con un deje amoroso basta para que el siguiente embate sea lo más disparatado, por lo mismo lo más correctamente letal. Y por sí hay un cabellera contra cabellera, la vieja maña de agarrar por los hombros y hacer del masaje el impulso contra las cuerdas rebotará sagazmente a cualquiera frente al escusado vomitando toda coherencia.

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