miércoles, agosto 22, 2007

Medios II

No es que un libro haya sido bueno o malo. Es que la forma en la que lo sostuvimos mientras lo leíamos, de la cual casi nunca nos damos cuenta, es la osmosis del gusto.

La verdad es la fuente de la juventud.

La respuesta a todo es una palabra.

El silencio, de donde proviene toda energía, tristemente se colecciona y no se guarda.

No hay preguntas: ¿sólo respuestas mal acentuadas?

Erizarse a flor de piel es la verdadera crema rejuvenecedora. Su producto se llama “piel chinita”. Entre las arrugas de la vejez, los dobleces altivos nos comprueban el uso de esta materia ideal de restiramiento para las almas más vivas.

Tener una biblioteca enorme sólo sirve si esta revuelta. En vez de escoger un libro y forzarnos determinantemente a leerlo, que el libro nos escoja sana y azarosamente para retozar en él.

Agarramos los libros por el lomo con la esperanza de que nuestro espíritu se va a enclavar en sus hojas (las notas en lápiz (más valiente la tinta) son las hendiduras de nuestras uñas que intentan perpetuarnos frente al paso del tiempo, frente al paso de las líneas, frente al paso de las hojas).En esta gran historia de mundo cargamos libros deseando que sean nuestro escudo para la incertidumbre de conocernos (a nosotros mismos: aprender a ir aprehendiendo) ( a los otros: que alguien se asome a mi título por favor). Mientras los leemos les metemos los dedos, levantamos la mirada y de alguna manera todo se conjunta para que la memoria se refresque y la mirada clara se pose en la pura reflexión, en la extrañeza de estar pensando. Al terminarlos y dejarlos empolvar creemos que la cura de sus polvos será el estornudo final de un mundo.

Un libro de cabecera tiene que ser tan filoso que nos corte la cabeza tranquilamente sin avisar justamente en la siesta.

Crítico el que organiza una biblioteca por gusto: más critico el momento antes de arreglarla donde nos asustamos del lugar donde han caído ciertos ejemplares.

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